Carmela vive con su esposo y sus ocho hijos cerca de la frontera entre Ecuador y Colombia. Esta mujer afro ecuatoriana de 56 años abrió su casa para proporcionar comida gratuita y refugio temporal a miles de familias que abandonan Venezuela con la esperanza de encontrar días mejores en otros países sudamericanos. Esta labor ha continuado a pesar de la oposición inicial de sus hijos, la desconfianza de los vecinos, la pandemia y la escasez de ayuda humanitaria.

Cuando la pandemia golpea y las fronteras son cerradas, Carmela cae en una crisis emocional por la falta de migrantes a quienes ayudar. Por su parte, su marido Carlos, ya no puede transportar frutas para vender en el mercado colombiano como de costumbre y la crisis se agrava. Toma la decisión de transportar su mercancía a través de caminos ilegales y es condenado a 20 meses de prisión. Esto hace que Carmela ocupe su lugar en la feria todos los días y tenga que cruzar la frontera cerrada por los mismos caminos que los migrantes venezolanos.